A la 1:05 de la madrugada del lunes 9 de febrero, apresurada y presa del pánico, la gente abandonó sus casas para, entre lluvia y oscuridad, avanzar hacia algún punto seguro.
Testigos narran que a esa hora se vivió una pesadilla matizada por el aullido tenebroso que desprendía la cordillera y por el movimiento impulsivo de tierra que, camino abajo, sepultó edificaciones, quebró las arboledas y borró el centro comercial, social y político de Carlos Díaz.
“Ay mi hijo, de esa montaña salían puros gemidos, gritos horribles y de la tierra salían tiros, eran como explosiones y uno tuvo que salir bajo lluvia, con el suelo que se movía y se partía en tus pies, y entonces a lo oscuro porque tumbaron la luz”, narra Alfredo Santana en su intento por describir su experiencia de aquella madrugada. El Nacional
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